Loading...

La recepción de Góngora en la literatura hispanoamericana

De la época colonial al siglo XXI

by Joaquín Roses (Volume editor)
©2021 Edited Collection 468 Pages

Summary

Estudio de las relaciones intertextuales que vinculan la producción poética de Góngora y la literatura hispanoamericana, desde el siglo XVII al XXI, con el objetivo de analizar e interpretar los procesos de imitación, influencia, parodia, que permiten definir y describir los conceptos de «Gongorismo colonial», «Neobarroco» y otras denominaciones similares.

Table Of Contents

  • Cubierta
  • Título
  • Copyright
  • Sobre el editor
  • Sobre el libro
  • Esta edición en formato eBook puede ser citada
  • Índice
  • Relación de autores
  • La proyección de Góngora en Hispanoamérica (Joaquín Roses)
  • I. Gongorismo en el Virreinato de la Nueva España
  • Gongorismo temprano en la Nueva España: la «Canción» de Francisco Bramón y la de Simón de Toro en el certamen a San Pedro Nolasco (Trinidad Barrera)
  • Góngora y sor Juana (Martha Lilia Tenorio)
  • Entre el ingenio y la parodia: de las Soledades gongorinas a las Estaciones del día, de Agustín de Salazar y Torres (Alejandro Jacobo)
  • Agustín de Salazar y Torres entre gongorismo y calderonismo (Adriana Beltrán del Río)
  • II. Gongorismo en el Virreinato del Perú
  • Antonio Bastidas y el gongorismo ecuatoriano (José Carlos Rovira)
  • La polémica gongorina llega a Hispanoamérica: El Apologético en favor de don Luis de Góngora, de Juan de Espinosa Medrano (María José Osuna)
  • La poesía de Pedro José Bermúdez de la Torre en la academia de «repentinos gongorinos» del marqués de Castelldosríus (Virginia Gil)
  • III. Góngora y un trío de ases
  • Góngora y Vallejo: ausencias y reminiscencias en Trilce (José Antonio Mazzotti)
  • Góngora y Borges: una relación turbulenta (Teodosio Fernández)
  • Góngora en el Borges de senectud (Vicente Cervera)
  • Góngora como logosfera. El caso de Neruda (Selena Millares)
  • IV. Góngora, el Neobarroco y otras proyecciones actuales
  • Góngora reciclado por Sarduy: idolatría y profanaciones (Joaquín Roses)
  • El barroco del siglo xx: Gestos de Severo Sarduy (Gema Areta)
  • Lo implícito gongorino en poetas mexicanas recientes (Carmen Alemany)
  • Ecos gongorinos en la poesía de José Antonio Mazzotti (Eva Valero)
  • Reflexión y praxis del neogongorismo de Javier Sologuren (Renato Guizado)
  • ‘Gongoritmos’ en un Cuervo imposible del poeta salvadoreño André Cruchaga: hacia una poesía total desde lo sublime (Enrique Ortiz)
  • V. Estudios y ediciones sobre Góngora y el Gongorismo
  • El Colegio de México, la casa de Góngora en América (Amelia de Paz)
  • Las ediciones de un sueño gongorino: el cierre del Barroco en sor Juana Inés de la Cruz (Emil Volek)
  • Obras publicadas en la colección

←8 | 9→

Relación de autores

Carmen Alemany

Universidad de Alicante

Gema Areta

Universidad de Sevilla

Trinidad Barrera

Universidad de Sevilla

Adriana Beltrán del Río

Universitat de Barcelona

Vicente Cervera

Universidad de Murcia

Teodosio Fernández

Universidad Autónoma de Madrid

Virginia Gil

Universidad de Oviedo

Renato Guizado

Universidad de Salamanca / Universidad de Piura

Alejandro Jacobo

Universidad Católica de Murcia

José Antonio Mazzotti

Tufts University

Selena Millares

Universidad Autónoma de Madrid

Enrique Ortiz

Universidad Complutense de Madrid

María José Osuna

Universidad de Sevilla

Amelia de Paz

Seminario Menéndez Pidal

(Universidad Complutense de Madrid)

Joaquín Roses

Universidad de Córdoba

José Carlos Rovira

Universidad de Alicante

Martha Lilia Tenorio

El Colegio de México

Eva Valero

Universidad de Alicante

Emil Volek

Arizona State University

←10 | 11→

Joaquín Roses

La proyección de Góngora en Hispanoamérica

En 1927 se conmemoraron los trescientos años de la muerte de quien ya fue un clásico en vida, pero sobre cuyas obras más renovadoras había caído durante varios siglos la sombra del olvido. Casi cien años después, el carácter canónico de su poesía resulta irrebatible. Si por aquellos lejanos años la joven generación de poetas españoles se hacía eco, con mayor o menor fortuna, de su legado, en estos años veinte su alcance es más amplio, pues vuelve a trascender el ámbito español y, como en un mágico regreso a lo que fue su imitación furibunda en el siglo xvii, continúa siendo un hito luminoso para los poetas y escritores de América que comparten con Góngora la grandeza y perfección del idioma que nos une.

He reiterado en varias ocasiones que cuanto más se combate contra esa Hidra de Lerna que hemos convenido en llamar «Gongorismo en América», más se extiende la perplejidad y más se acrecientan las dudas.

Este libro pretende contribuir al examen histórico-crítico de un asunto tan inabarcable como complejo. Los estudios parciales proliferan, en ocasiones sin criterio ni proyecto; con su número aumenta la confusión, y con ella y sin norte alguno el cúmulo de disparates en una época crítica muy dada a ellos y, lo que es más grave, muy tolerante con la necedad. La recepción de Góngora, no solo en América sino en cualquier país o época, merece más que nunca una crítica higiénica y una labor inflexible de clarificación. Baste un solo dato: en las bibliografías de las primeras décadas del siglo xx, las entradas agrupadas bajo la etiqueta «Góngora en América» eran muy escasas; hoy, tanto la materia como su campo crítico son tan desbordantes que, cuando he tenido ocasión de estudiar el fenómeno, me he visto siempre obligado a establecer unos necesarios deslindes: cronológico, geográfico, genérico y estético.

Con el propósito de no hacer demasiado extensa esta introducción y evitar repeticiones innecesarias, recordaré que mis reflexiones sobre el tema se encuentran recogidas, entre otros lugares, en el artículo titulado «La recepción creativa de Góngora en la poesía hispanoamericana», publicado en 2014 y citado en algunos de los capítulos de este libro. Pese a ello, sí debo rescatar algunas observaciones vertidas allí para contextualizar metodológicamente el objetivo de este volumen. Cualquier monografía sobre el Gongorismo en América debe sustentarse en una definición de dicho concepto. Es necesario ←11 | 12→volver a definir el vocablo y determinar, aunque sea convencionalmente, una serie de características fundamentales del fenómeno. También debemos contar con la evolución histórica de la idea, pues obviamente no era lo mismo el Gongorismo del xvii que lo que hoy, con desproporción interpretativa, denominamos Gongorismo. Tras la clarificación de este embrollo es necesario calibrar el grado de influencia de la idea y sus características en los autores posteriores a Góngora, desde el siglo xvii al xxi, y ya sabemos hasta qué punto son complicados todos los procesos que tienen que ver con graduaciones y matices.

El uso de un concepto excesivamente lato de Gongorismo se remonta al mismo siglo xvii, y se va ampliando al estudiar sus manifestaciones, en las que se incluyen, abusivamente, ciertas extravagancias circunstanciales, síntomas de una influencia y una pasión, pero de dudoso valor literario. Cualquiera que haya leído con atención a Góngora sabe que, si bien coqueteó con algunos de ellos, estos despliegues del ingenio fácil no constituyen en modo alguno la esencialidad de su poesía ni sirven para definir la radicalidad de su agudeza, que iba por derroteros más profundos y menos epidérmicos.

Definir el Gongorismo y calibrar los grados de su influjo en América es hoy, quizá, más difícil que nunca por razones que tienen que ver menos con el conocimiento de los textos y su accesibilidad en ediciones fiables que con la hojarasca teórica que ha ido acumulándose a lo largo del siglo xx. Por ese motivo, una reconsideración del Gongorismo debe empezar adoptando el modo de la sátira historiográfica, ya que resulta imprescindible realizar una crítica razonada de las simplificaciones cometidas en nombre de Góngora, del Gongorismo y de Hispanoamérica. La principal de ellas es la equivalencia grosera entre don Luis y el Barroco, que se desarrolló en las décadas centrales del siglo xx, se vistió de filosofía cultural con las teorías neobarrocas difundidas por creadores de los sesenta y setenta y se incrementó hasta la majadería a finales de ese siglo y comienzos del actual.

Como problema anexo a la definición del término Gongorismo nos encontramos con el nada desdeñable asunto de los paradigmas metodológicos empleados en el estudio de Góngora. Durante gran parte del siglo xx el modelo fue la Estilística, aplicada con determinación en varios trabajos que, a la zaga de los estudios de Dámaso Alonso, pretendían calibrar la influencia de la poesía de don Luis en América, lo cual motivó un predominio del estudio comparativo basado en el componente formal, como ya se atisbaba, por otro lado, en los tempranos artículos de los años treinta. El incremento significativo de los análisis de procedimientos léxicos y figuras de dicción característicos de la Estilística pudo muy bien cimentarse en un capítulo de la historia literaria: la nefasta ←12 | 13→identificación entre Gongorismo y Culteranismo, un término este último cuya acuñación se remonta al mismo siglo xvii y de carga semántica claramente negativa frente al positivo Conceptismo. Es una antigua cuestión muy estudiada de qué manera el Conceptismo queda lógicamente contrapuesto, en virtud de la primera equivalencia (Gongorismo-Culteranismo), a la poesía de Góngora y sus imitadores. Nada más falso y nada más fácil de rebatir, pero también nada más difícil de borrar de las consignas sagradas y en ocasiones irracionales de la Historia de la Literatura Española. Dicha simplificación supone asignar a la poesía de Góngora rasgos principalmente estilísticos como los recursos fónicos propiciadores de eufonía, el aristocratismo léxico, los mecanismos de intensificación de los códigos sensoriales, el uso constante de la mitología, y otros que están verdaderamente presentes y en un grado supremo en ella, pero no del mismo modo en todos sus poemas. Y, sobre todo, estos rasgos, aunque sirvan para definir gran parte de su poesía, son insuficientes por parciales para explicar otras grandezas estéticas.

Algunos cambios metodológicos del siglo xx con respecto al modelo estilístico inmediatamente anterior fueron fecundos, como las coherentes y soberbias aportaciones de nuestro llorado Robert Jammes. Sin embargo, en muchos casos, farragosas páginas posteriores supusieron una losa para la exégesis del Gongorismo americano. La llegada de nuevos planteamientos sociológicos, culturales y políticos no sirvió para compensar el agotamiento de la estilística sino para aumentar la confusión, por lo que otras claves hermenéuticas han sido sugeridas recientemente.

Así, la definición de Gongorismo se perfila como el primer fundamento de su estudio, al que deben seguir otros, como la determinación de sus características y la calibración en grados y matices de su fortuna en América.

* * *

Para facilitar una visión comprehensiva de la proyección de Góngora en la literatura hispanoamericana, los contenidos de este libro se agrupan en cinco apartados, para cuya determinación se han utilizado criterios cronológicos, geográficos, canónicos y conceptuales.

El primero de ellos está dedicado al «Gongorismo en el Virreinato de la Nueva España», que fue, sin duda, el ámbito geográfico más fértil. Allí fue donde, según todos los indicios, prendió primero la llama de Góngora. Las aportaciones críticas al estudio de esta presencia han sido muchas a lo largo del siglo xx, pero hoy tenemos la fortuna de contar con la documentación y notas ofrecidas por Martha Lilia Tenorio en un corpus poético de referencia para cualquier estudioso, Poesía novohispana. Antología (2010), al que debe añadirse ←13 | 14→su trabajo El gongorismo en Nueva España. Ensayo de restitución (2013), cuyo rigor y exhaustividad nos libera de entrar en más detalles.

Este primer apartado se divide en cuatro capítulos. Trinidad Barrera (Universidad de Sevilla) repara en algunas manifestaciones muy tempranas y escasamente conocidas de la influencia de Góngora en esos territorios. Para ello, analiza dos canciones incluidas en el certamen a san Pedro Nolasco, una de ellas escrita por Francisco Bramón, autor del libro Sirgueros de la Virgen (1620), y otra del menos recordado Simón de Toro. Este último obtuvo el tercer premio del mencionado certamen, pero Barrera demuestra convincentemente que su poema supera en huellas estilísticas de Góngora al de Bramón, que obtuvo el primer premio.

En el segundo capítulo, la mencionada Martha Lilia Tenorio (El Colegio de México) realiza un exhaustivo análisis de las analogías entre Góngora y sor Juana, entre las cuales dedica una especial atención al componente métrico. Su trabajo ofrece resultados novedosos y sorprendentes en una materia que ha recibido ya numerosos asedios por parte de investigadores anteriores. Es relevante su interpretación de algunos lugares oscuros del «Primero sueño», como el pasaje de las pirámides. La lección de Góngora fue notable en la métrica, pues, como defiende la profesora mexicana, antes de muchos experimentos posteriores con la rima, Góngora ya los había explorado casi todos.

Alejandro Jacobo (Universidad Católica de Murcia) se ocupa de las Estaciones del día, de Agustín de Salazar y Torres, en relación con las Soledades de Góngora, e interpreta las silvas de Salazar no como imitación burlesca, sino como parodia en la que entraban en juego burlas antiamorosas, pastiches, diversos tipos de alotextos y autoparodia.

Aunque dedica también su capítulo a este mismo autor, Adriana Beltrán del Río Sousa (Universitat de Barcelona) se encarga de establecer las conexiones entre el estilo de Góngora y su producción teatral, sin olvidar la ineludible mediación del autor de La vida es sueño.

El segundo apartado de este libro indaga sobre el «Gongorismo en el Virreinato del Perú» y consta de tres capítulos. Se inicia con la contribución de José Carlos Rovira (Universidad de Alicante), quien, atendiendo al contexto urbano de Quito, a la institución del mecenazgo y al ambiente intelectual jesuítico, reconstruye la influencia de Góngora en el ecuatoriano Antonio Bastidas, uno de los autores más cercanos al poeta que mejor representa la proyección de Góngora en la Nueva Granada del siglo xvii, Hernando Domínguez Camargo, el mejor seguidor de Góngora junto a la novohispana sor Juana Inés de la Cruz.

Como es sabido, la recepción de Góngora en América no solo fue creativa. Contamos también con diversos documentos que dan cuenta de su recepción ←14 | 15→crítica. Entre ellos, uno de los más destacados si no el que más es el Apologético de Juan de Espinosa Medrano, al que dedica su trabajo María José Osuna Cabezas (Universidad de Sevilla), quien actualiza y ordena la ingente cantidad de información que existe ya sobre este autor peruano y su aportación a la polémica gongorina.

Dentro del ámbito geográfico peruano se inscribe el capítulo de Virginia Gil (Universidad de Oviedo), a cuyos resultados hay que añadir la singularidad de que sea el único de los trabajos de este libro dedicado al siglo xviii. La profesora Gil analiza diversas composiciones del poeta peruano José Bermúdez de la Torre, perteneciente a la academia de «repentinos gongorinos» del virrey Castelldosríus. Siendo quizá un poeta a destiempo, su imitación estilística de Góngora es superior a la de otros autores del siglo xvii y, lo más interesante, su contexto cultural propicia una síntesis entre lo barroco y el racionalismo, algo que ya había anticipado sor Juana en su Primero sueño.

Con estos dos primeros apartados, queda suficientemente ratificada, como afirma Martha Lilia Tenorio, la necesidad de definir el Gongorismo como la creación de conceptos complejos. Otra cuestión es determinar si fue nociva la influencia de Góngora en la literatura colonial o si, por el contrario, sirvió de sustrato para el desarrollo de la mejor lírica hispanoamericana. Y es que la pertinencia del dominio técnico y la búsqueda de la perfección estilística ya era un reto generador de excelencia que Peralta Barnuevo resumió en la máxima de que la poesía tiene su principal libertad en sus prisiones.

Aplicando un criterio canónico, se les ha dado relevancia máxima en este libro a tres autores fundamentales del siglo xx, César Vallejo, Jorge Luis Borges y Pablo Neruda, a cuyo estudio se consagra el tercer apartado del libro, «Góngora y un trío de ases».

Los textos de Góngora orientan con precisión muchas de las grandes trayectorias líricas del siglo xx en Hispanoamérica. El seminal magisterio de Darío, el lugar central del lenguaje poético en Huidobro, los procesos metafóricos de Neruda, el sistema críptico de Lezama Lima o los remozamientos métricos de Severo Sarduy o Carlos Germán Belli son hitos ineludibles vinculados en mayor o menor medida a las innovaciones gongorinas. Desde la adhesión superficial hasta la asunción teórica de sus claves poéticas, don Luis ha sido bandera y modelo para simbolistas, modernistas, vanguardistas, puristas, neopopularistas, herméticos, culturalistas y hasta silenciosos.

Por paradójico que parezca, el examen de esa proyección no ha tenido tanta fortuna como el de la de otros poetas del Siglo de Oro. El caso más relevante es el de Quevedo, que recibió la firme admiración de autores como Borges, Neruda o Paz, quienes le rindieron además homenajes explícitos. Nada parecido existe ←15 | 16→sobre Góngora. Aunque contamos con varias aproximaciones particulares de carácter comparatista, los panoramas históricos sobre su recepción creativa en la poesía hispanoamericana del último siglo son muy pocos y ninguno en forma de libro.

En 1961, cuando se cumplían 400 años del nacimiento de don Luis, Emilio Carilla, que había vuelto de manera sintética a la línea de investigación trazada en su libro del año 1946, escribió un laborioso artículo sobre la proyección de Góngora en el siglo xx. Allí, empleando una metodología crítica que ya había aplicado a su estudio del gongorismo colonial y del siglo xix (rastreo de menciones, calcos y ecos textuales, fundamentalmente), repasa los nombres de Rubén Darío, los mexicanos Salvador Díaz Mirón, Ramón López Velarde y José Juan Tablada, el uruguayo Julio Herrera y Reissig, el argentino Ricardo Molinari, el ecuatoriano Jorge Carrera Andrade o los cubanos Eugenio Florit y José Lezama Lima, por citar solo a un núcleo representativo, ya que se añaden otros nombres menos conocidos o de filiación gongorina más lábil.

Frente al cargante predominio de los recursos estilísticos como rasgo principal de Gongorismo que encontrábamos en las interminables listas del siglo xvii Carilla concluye que lo que ha prevalecido de Góngora «ha sido el resorte de su inagotable riqueza metafórica y de su actitud poética. Poco o nada lo que tiene que ver con otras exquisiteces o alardes (latinismos, hipérbaton, fórmulas sintácticas)». Me permito dudar, no obstante, de que estas renuncias a la arborescencia expresiva hayan sido tan decididas en algunos autores, muy especialmente entre los poetas y prosistas cubanos.

Tras el artículo de Carilla, la ausencia de este tipo de panoramas se prolonga más de cincuenta años hasta llegar a nuestros días, en que encontramos recorridos más breves y selectos, como los realizados por Gustavo Guerrero en el catálogo de la exposición de 2012 dedicada a Góngora en la Biblioteca Nacional de España.

Así pues, dentro del apartado «Góngora y un trío de ases», se incluyen cuatro capítulos dedicados a estos tres autores canónicos.

José Antonio Mazzotti (Tufts University, Estados Unidos) explora la conexión entre Vallejo y Góngora, un tema de ardua complejidad que el profesor Mazzotti aborda partiendo de una crítica pertinaz recibida por ambos poetas, la del carácter oscuro o hermético de su poesía. A partir de esa premisa se analizan textos diversos en los que puede detectarse la fértil dinámica entre precisión absoluta y ambigüedad expresiva.

De los dos capítulos dedicados a Borges, el primero es más comprehensivo y teórico, mientras el segundo más concreto y analítico. Teodosio Fernández ←16 | 17→(Universidad Autónoma de Madrid) aporta a un tema ya explorado con anterioridad algunos documentos y testimonios no considerados previamente por la crítica. El profesor Fernández rescata la nota de Borges a la edición de los años cincuenta del ensayo dedicado por el argentino a Evaristo Carriego veinte años antes y utiliza para su análisis el concepto de metáfora dinámica, al tiempo que nos recuerda la admiración de Borges por el soneto «Menos solicitó veloz saeta», de Góngora. Asimismo, establece un fértil vínculo entre la consideración que el argentino tenía de James Joyce y la que tenía de Góngora, sin olvidar un hecho esencial: al final de su vida, Borges comenzó a dejar de preferir a Quevedo.

Por su parte, Vicente Cervera (Universidad de Murcia) se centra en el último libro poético de Borges, Los conjurados (1985), poemario inolvidable que contiene el más emotivo y profundo homenaje tributado por el argentino a don Luis: el poema «Góngora», un texto cuyo campo crítico precedente no es nada despreciable, pero al que Cervera aporta sus análisis, sugerencias e interpretaciones personales.

Tras Vallejo y Borges, el tercer as de la baraja poética es Pablo Neruda. Su vinculación con Góngora es abordada por Selena Millares (Universidad Autónoma de Madrid), quien ya publicó en su momento un trabajo sobre la intertextualidad entre ambos poetas, por lo que aborda en esta ocasión cuestiones de recepción crítica. La profesora Millares señala la década de los treinta como los años de deslumbramiento y rechazo hacia la poesía de Góngora y sitúa la nostalgia y el regreso a Góngora de Neruda en los años sesenta. También nos recuerda que Neruda reunió en su biblioteca personal casi una decena de volúmenes relacionados con don Luis.

La lectura de los capítulos anteriores revela la asimilación de Góngora por parte de los movimientos de vanguardia, por cuanto el poeta de Córdoba puede considerarse un iniciador de las poéticas rupturistas. En cualquier caso, existen cuestiones teóricas esenciales dignas de asedio. Entre ellas destacan la importancia de la metáfora (cardinal para Góngora) en el ultraísmo y el creacionismo o las posibles conexiones, tan polémicas, entre gongorismo y surrealismo. Para el caso de Vicente Huidobro, ha de recordarse su defensa de la plurisignificatividad, que debe relacionarse con la multirreferencialidad gongorina. Una clave para el estudio de estas conexiones es su poema Altazor, vinculado con frecuencia al Primero sueño. Sigue pendiente, por otra parte, el rastreo de la influencia de Góngora en movimientos vanguardistas latinoamericanos menos relevantes.

El cuarto apartado de este libro, «Góngora, el Neobarroco y otras proyecciones actuales», abarca la influencia de Góngora en la literatura hispanoamericana ←17 | 18→de la segunda mitad del siglo xx y primeras décadas del xxi, con especial atención a sus conexiones con el llamado Neobarroco.

Se inicia con un capítulo, firmado por quien escribe, dedicado al escritor cubano Severo Sarduy. En él se reivindica su poesía, menos conocida que sus novelas o ensayos, y se analiza su trayectoria poética, con una atención detallada a aquellos poemas que revelan una influencia notable de Góngora, la cual se manifiesta en una serie de claves estéticas vinculadas a la poética de don Luis.

La primera novela publicada por Sarduy, Gestos (1963), no suficientemente valorada por la crítica, es abordada en el segundo capítulo de este apartado por Gema Areta (Universidad de Sevilla), quien sustenta su interpretación en lo que el propio Sarduy declaró en «Cromoterapia» (1990) acerca de los cuatro gestos que se repiten para obedecer al deseo de otro: escribir, pintar, beber y ligar. Los resultados alcanzados por la profesora Areta parten del significado elíptico de la perífrasis gongorina, que funciona mediante una lectura longitudinal del discurso, un tema regularmente repetido frente al cual la palabra falla.

Atendiendo a manifestaciones poéticas más cercanas a nuestra época realizadas por autores vivos, Carmen Alemany (Universidad de Alicante) dedica su estudio a las alusiones a Góngora y lo implícito de su estilo en las poetas mexicanas recientes. La profesora describe una amplia trayectoria sobre el asunto y se detiene en ejemplos concretos de autoras como Margarita Michelena, Ulalume González de León, Coral Bracho, Adriana Tafoya o Julia Santibáñez, entre otras.

De nuevo en el ámbito peruano, la profesora Eva Valero (Universidad de Alicante) aborda en su trabajo la huella gongorina en el poeta, estudioso y crítico peruano José Antonio Mazzotti. Esta es, sin duda, una de las primeras aproximaciones exhaustivas a la conexión entre ambos autores. Valero sitúa en el contexto del transbarroco peruano y de la poesía de los años ochenta la poesía de Mazzotti. Tras esos preliminares, se exploran los ecos e imitaciones gongorinas en algunos de los poemarios del autor, para terminar concluyendo que, en su trayectoria poética, la intertextualidad con la tradición literaria y mitológica de ambos lados, occidental y quechua, ha sido fundamental para la construcción del sentido trascendente que ha determinado una savia vital para la trayectoria biográfica y literaria de Mazzotti.

Todavía en el Perú del siglo xx, Renato Guizado Yampi (Universidad de Piura, Perú), en un estudio pormenorizado y riguroso, aborda cómo influye el estilo de Góngora en el universo poético de Javier Sologuren.

Por su parte, Enrique Ortiz Aguirre (Universidad Complutense de Madrid) dedica su capítulo al poemario más reciente de todos los estudiados en este libro, Cuervo imposible (2019), del poeta salvadoreño André Cruchaga.

←18 | 19→

Como balance de este cuarto apartado, debe señalarse que la relación entre el Gongorismo y el Neobarroco sigue siendo un campo de estudio privilegiado, sin olvidar las conexiones entre el neobarroco y el transbarroco peruano y otras manifestaciones nacionales del fenómeno. Ausente de este libro, como sucede con Huidobro, no debe olvidarse el nombre de un verdadero imán del gongorismo, José Lezama Lima, del que deben atenderse, entre otros puntos, sus relaciones, tanto vitales como conceptuales, con Virgilio Piñera, del que se llegó a afirmar que fue el mejor lector del autor de Paradiso.

Es también absolutamente necesario establecer las diferencias pertinentes entre la huella de Lezama junto a otros actualizadores del barroco histórico en el siglo xx y el concepto de neobarroco difundido por Severo Sarduy en sus numerosos ensayos.

Details

Pages
468
Year
2021
ISBN (PDF)
9783631860007
ISBN (ePUB)
9783631860014
ISBN (Hardcover)
9783631842492
DOI
10.3726/b18588
Language
Spanish; Castilian
Publication date
2021 (November)
Published
Berlin, Bern, Bruxelles, New York, Oxford, Warszawa, Wien, 2021. 468 p., 7 il. en color, 5 il. blanco/negro.

Biographical notes

Joaquín Roses (Volume editor)

Joaquín Roses (Brown University Ph.D. 1991) es catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana y director de la Cátedra Luis de Góngora de la Universidad de Córdoba. Es autor o editor de más de veinte libros y ha publicado casi un centenar de artículos de investigación.

Previous

Title: La recepción de Góngora en la literatura hispanoamericana